ELECCIONES Y LEGITIMIDAD

*Elecciones y legitimidad
*Mayor participación, el reto
*El día de la verdadera encuesta
*Que representan los comicios

Luis Alberto Rodríguez

Ni 48 horas tendrán que transcurrir a partir de ahora para que concluyan las campañas proselitistas de candidatas y candidatos y candidatos que en el país suman la más numerosa de las elecciones de su historia reciente y en espera de que este muy próximo domingo se definan sus resultados tras los votos mayoritarios de los mexicanos.

Más allá de la complejidad de las elecciones en juego, ciertamente la jornada y sus resultados serán históricos en varios sentidos, porque de ellos dependerá no solamente el rumbo que en general tome el país con la elección presidencial, sino la composición de las fuerzas políticas que al interior de los poderes legislativos -y gubernaturas- en disputa también serán definidas.

Ya suficiente carga y presión hemos tenido los electores con la proliferación de encuestas que con sus resultados públicos de alguna manera influyen y hasta este miércoles influirán en la toma de las decisiones electorales que finalmente se plasmen en las boletas electorales este domingo, como para esperar que aún concluidas las campañas surjan expresiones que tiendan a inhibir el voto o condicionarlo con versiones de supuesta violencia que el día de las elecciones pudiera manifestarse, como también ya se difunde.

Si con sus resultados estas elecciones podrán registrarse como verdaderamente históricas, lo serán solamente si incitan a una participación ciudadana en los comicios que superara el 80 por ciento del número total de electores, con lo que se superaría en mucho el porcentaje por el que realmente apuestan la mayoría de los partidos políticos, que bajo formas que denominan sus respectivos “votos duros” o comprometidos, en conjunto tradicionalmente no superan el 40 por ciento  de esa participación, que óptimamente ha rondado el 70 por ciento.

Y ese porcentaje ideal de participación que superara el 80 por ciento, sería suficiente para evaluar cabalmente el grado de aceptación o rechazo que la gran mayoría exprese, más allá de las encuestas, como sus verdaderas preferencias y en los distintos puestos a elegir.

Simplemente en anteriores elecciones presidenciales, los elegidos generalmente ocupan ese altísimo cargo con alrededor del 20 o 30 por ciento de los votos -incluidos los que no corresponden al llamado voto duro-, y que normalmente no superan 60 por ciento del electorado; lo que en realidad se traduce en una ausencia de legitimidad que ciertamente lastra permanentemente la configuración democrática de nuestro país.

Cabría esperarse que un presidente de la República -como también los restantes puestos en disputa- para obtener legitimidad y plena autoridad, obtuvieran en los comicios algo más del cincuenta por ciento de los votos posibles. Pero no así sucede, precisamente porque las legislaciones vigentes lo permiten.

Ahora que se proclama que estas elecciones serán históricas, ciertamente lo serían si el electorado asume mayormente su responsabilidad -y derecho- de acudir a las urnas y no permite que ese malhadado abstencionismo tradicional vuelve a entronizarse como silencioso convidado de piedra al que le apuestan las formaciones políticas.

Solamente así tendrán base sustancial las múltiples encuestas que, como mínimas muestras de la supuesta realidad de las preferencias, apuntan ya a una elección pretendidamente ya definida y con un “ganador” inalcanzable que sólo lo será si logra concitar, a su favor, la verdadera mayoría de los electores.

Y para ello los electores deberemos hacer caso omiso a las esperadas amenazas o rumores que en los próximos días surjan en torno a una improbable violencia electoral que, con su sola mención, busca inhibir la participación ciudadana en las urnas, para beneficiar a esas minorías -rapaces o no- que con ello se benefician. No lo permitamos.

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